«La Congregación de las Hermanas de la Divina Providencia fue fundada en 1851 en Finthen, distrito de Maguncia, por Wilhelm Emmanuel von Ketteler, Obispo de Maguncia, precursor de la justicia social, y por Madre María de la Roche.
La Congregación respondió a las necesidades de la época por medio de la educación y el servicio a los enfermos y pobres» (Constituciones n.º 1). Originalmente una comunidad diocesana, hoy las Hermanas de la Divina Providencia forman una congregación internacional de derecho pontificio.
La Congregación cuenta con más de 300 miembros profesas y 800 Asociadas/os, viviendo y sirviendo a los demás y dando testimonio de la compasión y la Providencia de Dios en nuestro mundo.
Wilhelm Emmanuel von Ketteler
Wilhelm Emmanuel von Ketteler, nacido en una familia alemana de la nobleza el día de Navidad de 1811, se formó como abogado. Confió en la Providencia de Dios mientras buscaba la guía del Espíritu, leía los signos de los tiempos, y usaba sus dones personales, relaciones, educación y experiencia para ser fiel al llamado de Dios al servicio.
Como simple párroco, y luego como obispo, Ketteler arriesgó su estatus y reputación en la búsqueda de la justicia cuando abrió su corazón y su hogar a los pobres y se enfrentó a aquellos en la autoridad civil y eclesiástica.
Estatua del obispo Ketteler en la plaza del Obispo de Maguncia
Stephanie Amelia de la Roche
Anillo de la Madre María
Stephanie Amelia de la Roche Starkenfels era una aristócrata de ascendencia francesa.
Era una mujer que, antes y después de su conversión a la fe católica, se comprometía a buscar la voluntad de Dios y a responder a ella. En su vida, fue llevada a sacrificar su religión, su familia que la repudiaba, su estatus y cultura, mientras se preparaba para dirigir la comunidad recién formada para el servicio en las áreas agrícolas pobres de la Diócesis de Maguncia.
Stephanie recibió el título de Madre María como la primera superiora de la comunidad.
Mientras dirigía a las Hermanas en el cuidado de las niñas del orfanato de Santa María en Neustadt, especialmente durante una epidemia de tifus en el verano de 1857, ella misma fue su única víctima al morir el 1 de agosto. Viviendo en comunidad, la Madre María fue testigo en su ser y en sus actividades de un espíritu contemplativo, un corazón generoso y misericordioso, y un servicio amable y compasivo.